De no revisar los postulados de la economía actual, acabará abriéndose una brecha insalvable entre dos sociedades diferenciadas: una minoritaria, adinerada y poderosa, y otra masificada y desamparada, abocada a la pérdida de los derechos más elementales.
Muhammad Yunus, premio Nobel de la paz (2006) y premio Príncipe de Asturias de la concordia (1998), visitó recientemente España para presentar su último libro, Un mundo de tres ceros (Editorial Paidós).
Durante su intensa el conocido como «banquero de los pobres» mantuvo diversas entrevistas y encuentros en los que llamó la atención sobre lo que también otros economistas, estrategas políticos y pensadores alertan: estamos en una espiral en la que la riqueza del mundo se concentra, cada vez más, en menos manos, y la brecha entre ricos y pobres es cada vez mayor. Esto provoca, cada día con más intensidad, crisis migratorias desde los países del Sur hacia los del Norte, y en estos últimos, una precarización de las condiciones laborales cada vez más salvaje, poniendo en dificultades económicas a gran parte de la población.
Como ya pusiera de manifiesto el último informe anual sobre la desigualdad de Oxfam, «la crisis de la desigualdad extrema está alcanzando cotas insoportables en todo el mundo. Tan solo ocho personas acumulan la misma riqueza que la mitad más pobre del planeta, 3.600 millones de personas. El crecimiento económico tan sólo está beneficiando a los que más tienen. El resto, la gran mayoría de ciudadanos de todo el mundo, y especialmente los sectores más pobres, se están quedando al margen de la reactivación de la economía. El modelo económico y los principios que rigen su funcionamiento nos han llevado a esta situación que se ha vuelto extrema, insostenible».
La desigualdad creciente nos sitúa ante una bomba de relojería que cada día está más cerca de estallar
Nos encontramos, pues, ante una bomba de relojería que cada día está más cerca de estallar. Nos enfrentamos en estos próximos años a la disyuntiva entre dos mundos posibles. Uno, en el que acabará abriéndose una brecha insalvable entre dos sociedades diferenciadas. Una minoritaria, adinerada y poderosa, que accederá a la tecnología y a través de ella intentará mantener sus privilegios y defenderse de la otra sociedad, totalmente masificada, desamparada y abocada a la pérdida de los derechos más elementales y básicos. Un mundo distópico en que los estados y las organizaciones políticas y sociales tal y como los conocemos hoy no podrán perdurar. La gran mayoría de ellos habrán quebrado y muchos, desaparecido.
El otro mundo posible es aquel en el que los poderosos hayan renunciado al acúmulo constante de riqueza y optado, mediante el traspaso de sus elevadísimas plusvalías, a financiar proyectos sociales –bien directamente, bien a través de una mayor contribución impositiva– influyendo directamente en un reparto más equitativo de la riqueza, facilitando una oportunidad a los más desfavorecidos.
Que el mundo que viene se convierta en uno u otro dependerá fundamentalmente de la fuerza que ejerzamos hoy los ciudadanos a través del voto, al menos en los países occidentales, donde hay elecciones libres y estados sociales de derecho más o menos perfectos. En segundo lugar, dependerá también de que los realmente ricos y poderosos se convenzan de que la solución más acertada para asegurar un porvenir en paz sea la de invertir sus excedentes de capital en cooperar financieramente a que las capas más desfavorecidas de la sociedad salgan de la pobreza, pues, si no, la otra alternativa que se les presentará será la de tener que gastar ingentes cantidades de dinero en la defensa y el control de las masas y de la inseguridad que conllevará ese mundo mayoritario de desfavorecidos.
Mientras aun estemos a tiempo, los líderes llamados a gobernar deberían ser aquellos realmente comprometidos con un futuro mejor, una mayor eficiencia de los recursos públicos, una inversión decidida en educación, la promoción de la inclusión social, la lucha contra la corrupción, los paraísos fiscales y la evasión fiscal, el fortalecimiento de las leyes y de los medios de detección del blanqueo de capitales procedente de actividades delictivas –tráfico de armas, de drogas, de seres humanos– y el diseño de políticas de natalidad e inmigración que pongan remedio a los problemas que conlleva el envejecimiento de la población en las sociedades occidentales.
Algunos líderes pretenden, mediante políticas cortoplacistas y demagogas, mantener la paz social subsidiando a la población
En este sentido, el presente cercano no resulta halagüeño: estamos viendo cómo, algunas poblaciones occidentales, lejos de elegir a líderes con la mentalidad inclusiva y visionaria que necesitamos, posiblemente impulsados por el miedo al otro y también por el miedo, no menor, de perder su propio rol en el statu quo actual, apoyan a líderes constructores de muros y zanjas, que pretenden separar el mundo de los «incluidos» del de los «excluidos». Un anticipo del futuro imperfecto e injusto que tememos puede llegar a imponerse.
También percibimos cómo, frente a esos líderes populistas que propugnan la exclusión del diferente y el proteccionismo como solución salvadora de los problemas, la otra disyuntiva, en no pocos casos, viene representada por líderes que, lejos de asumir el coste que supone afrontar los retos del futuro próximo, pretenden, mediante políticas cortoplacistas y demagogas mantener la paz social subsidiando a la población, sobreendeudando a las generaciones futuras y manteniendo regulaciones y políticas que ya resultan caducas.
Muhammad Yunus apuntó la idea ya conocida, pero actualizada a nuestro mundo, de que la salida de la pobreza no se revertirá dando un pez al que no tiene para comer, sino dándole una caña y enseñándole a pescar. «El banquero de los pobres», creador de los microcréditos, apuesta por incentivar el emprendimiento, y asegura que «si todos nos convirtiéramos en emprendedores no habría la concentración actual» de capital en grandes corporaciones. «Si estamos dispuestos –afirma– a reexaminar los postulados de base de la economía neoclásica, podríamos desarrollar un nuevo sistema económico proyectado para servir verdaderamente las necesidades reales de los seres humanos creando un mundo en el cual todas las personas tengan la posibilidad de realizar su propio potencial creativo».
Muhammad Yunus, creador de los microcréditos, apuesta por incentivar el emprendimiento como vía para revertir la pobreza
En Un mundo de tres ceros el economista asiático defiende que «un nuevo modelo de capitalismo es posible», sustentado sobre tres principios fundamentales:
Primero. – Una nueva forma de empresa donde la responsabilidad social y el altruismo en su sentido más genuino sea una realidad.
Segundo. – La sustitución del postulado que mantiene que los seres humanos son buscadores de trabajo dependiente por el nuevo postulado que incentiva el emprendimiento.
Tercero. – Un sistema financiero que facilite de modo eficiente el acceso al capital a todos los que se encuentran en el fondo de la escala económica y social.
Si es posible o no alcanzar este nuevo modelo económico y social, depende en buena parte de todos los actores de la trama. Primero, de los ciudadanos, llamados tanto a cambiar su paradigma de trabajador por cuenta ajena por el de emprendedores, como a ejercer, con visión de futuro y responsabilidad, el derecho de sufragio activo eligiendo a sus representantes y gobernantes, no llevados ni por el miedo inducido al futuro ni por el auto-engaño de considerar que el enemigo es el que está al otro lado de la «frontera social», entre otras razones porque, muchos de los que ahora pretenden construir barricadas frente a los más desfavorecidos puede que, más pronto que tarde, pasen a formar parte de los «excluidos». Segundo, de los políticos llamados a incentivar la educación en el emprendimiento y adoptar las medidas de las que hablamos anteriormente. Y tercero, del capital llamado a comprometerse como un objetivo estratégico, coherente con los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU: acabar con la pobreza para el año 2030.
¿Hay motivos para la esperanza? Preguntado Yunus, se mostró convencido: «Sin dudarlo». «De hecho, el primer reto de los objetivos del milenio de la ONU era reducir la pobreza a la mitad antes de 2015 y eso se ha conseguido, por ejemplo, en Bangladés, que es de donde yo soy. Es más, se consiguió en 2012. Si Bangladés lo ha hecho, puede hacerlo cualquier país. El único truco es hacerlo desde bien abajo, trabajar por proteger a los verdaderos pobres y, especialmente, ayudar a las mujeres», concluyó.
Todos los actores –aun aquellos que se consideren simples figurantes– estamos llamados a intentar construir ese mundo mejor.
Fuente: http://sirse.info