En Pando, algunos barbechos están volviendo a la vida gracias a la determinación de pequeños agricultores como Néstor Ruiz, de la comunidad de Nueva Esperanza.
Más de la mitad de las tierras cultivables del mundo sufre algún tipo de degradación, lo que significa pocos cultivos pueden crecer en ellas y, en algunos casos, ninguno.
La cantidad de tierra degradada crece a un ritmo de 12 millones de hectáreas por año, es decir, 23 hectáreas por minuto. Además de volver la tierra improductiva, la degradación amenaza los medios de vida y la seguridad alimentaria de los habitantes de las zonas rurales.
En Bolivia, alrededor del 35 % de las tierras agrícolas experimenta alguna forma de degradación. En el departamento amazónico de Pando, una región ganadera, las tierras degradadas se transforman a menudo en barbechos, parcelas que se han convertido en desierto debido al pastoreo excesivo. Desde arriba, parecen heridas abiertas en medio del frondoso bosque.
Hoy, algunos de esos barbechos están volviendo a la vida gracias a la determinación de pequeños agricultores como Néstor Ruiz, de la comunidad de Nueva Esperanza.
“Cuando llegué, era casi imposible plantar nada”, explica Néstor, que no es originario de Pando: él creció en la zona tropical de Cochabamba y, después de que sus padres vendieran sus tierras, vivió una vida nómada, emigrando primero a Argentina y luego a Brasil para ganarse la vida.
En el camino, aprendió nuevas formas de hacer las cosas.
En 2009, a Néstor se le presentó una oportunidad que le cambiaría la vida. Gracias a un programa gubernamental para colonos de la zona tropical de Cochabamba, obtuvo una parcela agrícola en Nueva Esperanza.
“Comencé a cultivar almácigos de castaña y caucho. Después de muchos fracasos, logré que florecieran y estuviesen listos para ser trasplantados”, relata.
Sin embargo, para mover las plantas, primero necesitaba rehabilitar el suelo. Para ello, confió en un viejo aliado que había llegado a conocer bien durante sus viajes: el kudzu. Aunque se considera invasiva en otras partes del mundo, esta leguminosa rastrera puede ser una herramienta valiosa en la región amazónica si se maneja con cuidado, pues acondiciona el suelo mediante la captura de nitrógeno atmosférico, sus hojas pueden servir de forraje, y sus frutos de abono ecológico.
“Conseguí medio kilo de semilla de kudzu de un compañero y logré cubrir cuatro hectáreas de terreno con ellas”, dice Néstor mientras señala con orgullo el suelo oscuro y rico debajo de la planta de kudzu, que contrasta con el suelo original, seco y degradado, a escasos centímetros de distancia en el mismo surco.
“El kudzu crece en forma de hojas rastreras que constantemente brotan y se esparcen por todas partes, incluso trepando a los árboles. Por eso es importante tenerlo bajo control, para que no afecte a las plantas”, explica.
“Por eso rehabilito solo una parte de la parcela con kudzu y, cuando el suelo está listo, paso la rozadora para sacarlo todo y plantar hortalizas o maíz. Después de la cosecha, vuelvo a plantar kudzu, luego lo saco y vuelvo a plantar, y así”, añade.
Néstor también participó en un plan comunitario de reforestación que contó con el apoyo del proyecto ACCESOS, financiado por el FIDA. Esta iniciativa de desarrollo rural, implementada por el Ministerio de Agricultura y Tierras de Bolivia, finalizó en 2019, pero los beneficios que ha generado se extienden hasta el día de hoy.
El proyecto, una inversión de USD 59 millones destinada a mejorar las condiciones de vida de las comunidades rurales bolivianas, benefició a más de 31.000 familias de 52 municipios, mejorando su seguridad alimentaria y nutricional, aumentando sus ingresos y fortaleciendo su resiliencia al cambio climático. A través del proyecto, participantes como Néstor pudieron innovar e identificar las mejores formas de acondicionar el suelo.
Fuente: Estefanía Rada Zapata- FIDA
Tomado de la página de https://bolivia.un.org/